Soy Feliria III, hija de Felimina I La Desterrada. Mi madre era la heredera del reino Montañas #231. Según me contó, era un reino vasto y próspero. Mi bisabuela, Feliria II La Encantadora, se había hecho con el reino al dominar con su carisma a los gigantes lampiños que ahí vivían. Al principio pensó enseñarles nuestras costumbres y obligarlos a vivir a nuestra manera, pero al final decidió dejarlos hacer las cosas como siempre las habían hecho.
Esto probó ser un movimiento astuto y provechoso. El reino fue construido con las avanzadas técnicas arquitectónicas de los gigantes. Así que, en lugar de buscar una guarida, como era la costumbre, ellos la hicieron. Comenzó como algo modesto, pero con el tiempo se volvió una verdadera maravilla. De alguna forma ellos pueden disolver la piedra en una pasta gris y espesa para después moldearla a su antojo. Con esa técnica construyeron primero una gran caja de piedra que después dividieron internamente en cajas más pequeñas. También son capaces de encapsular la luz en recipientes de lo que parece ser agua sólida. Usan estas gotas de luz para iluminar las cajas de piedra por dentro. Eso es algo incómodo para nosotros, pero al parecer los gigantes no ven bien, así que se los permitimos para que puedan cumplir adecuadamente con la honorable tarea de servirnos.
Jamás conocí este reino pues mi madre fue desterrada antes de mi nacimiento. Pero todas las noches ella me contaba un fragmento nuevo de nuestro legado. Así fue como aprendí los modos y maneras de la corte, además de aprender también mucho sobre los gigantes lampiños: no parecen muy inteligentes y no son para nada elegantes ni educados, pero son capaces de hacer muchas cosas. No sabemos cómo las hacen y, según decía mi madre, a la mayoría de nosotros no le interesa mucho saberlo, ella incluida.
Algunos estudiosos dicen que nuestra raza les enseñó todo lo que saben y que, después de generaciones sin hacerlo nosotros mismos, simplemente olvidamos las técnicas. Otros sostiene que los gigantes son inteligentes, pero que simplemente no saben comunicarse con nosotros. Quienes aseguran esto dicen, además, que la inteligencia de estas curiosas criaturas está centrada en aprender, usar y desarrollar algo llamado felitlas molderen. Las felitlas molderen son técnicas para moldear el mundo al antojo de quien las conoce. Al parecer son tan complejas que sus cerebros no tienen espacio para otros conocimientos.
Todo acerca de los gigantes me resulta intrigante. Y, al parecer, a mi bisabuela también le intrigaban. Mi madre me dijo que Feliria II se la pasaba observando a éstas criaturas en un intento por averiguar cómo hacían las cosas que hacían. En una ocasión se acercó a la pasta gris de piedra cuando estaba recién colocada. Imaginó que estaría caliente, pero no era así. De hecho, al acercarse comprobó que era fresca al tacto. Por desgracia también era muy maleable y su pata quedó marcada. Cuando los gigantes descubrieron la marca ya era demasiado tarde: la piedra se había enfriado y endurecido. Se molestaron y hasta fueron insolentes con mi bisabuela. Esa es otra característica curiosa de ellos: suelen ser muy dóciles y serviciales, incluso nos adoran como deidades, pero si descubren que hemos manipulado alguna de sus creaciones, suelen enojarse hasta tal punto que olvidan su posición.
Pero, como siempre, estoy divagado. He iniciado este diario para contar mi historia. Para dejar un documento que cuente cómo conseguí mi propio reino después de haber nacido en el exilio. Sin embargo, hoy ya me he extendido demasiado. Sin darme cuenta he gastado todo el tiempo a solas que tenía. Puedo oír cómo los gigantes que viven conmigo se acercan al perímetro en su caja de patas redondas; al parecer también pueden moldear metal. Los oigo abrir la puerta de la muralla exterior. Es hora de ocultar este diario y volver a mis actividades regulares.
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