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8 ago 2018

Crónicas Michosas 5

Portada hecha por @ArtByVal.

Gigantes

El espagueti recién hecho desprendía un vapor especiado, perfumando la cocina con un aroma que abría el apetito. Helena y Víctor tomaron los platos ya servidos con la cremosa pasta y fueron a sentarse en la sala para cenar. Eran alrededor de las diez de la noche, el día había terminado, y todo lo que querían era relajarse con una buena cena mientras veían capítulo de su serie favorita. Acomodaron la laptop, pusieron a reproducir el capítulo, y comenzaron a dar buena cuenta de su cena.

Ocasionalmente Dama caminaba frente a ellos de una ventana a otra; el esponjoso y largo pelo blanco de la gata se agitaba con gracia al caminar. Dama siempre observaba por las ventanas cuando comenzaba a oscurecer, y movía la cola con indignación cada vez que cualquier animal ajeno entraba en el jardín frontal, o en el patio de atrás. Dama rara vez gruñía, y era aún más raro oírla maullar de forma amenazante. Ella era, como su nombre lo indica, toda una dama. La pareja la encontró en la calle, cerca de la casa de unos amigos. Helena y Víctor estaban de visita cuando vieron a la gatita deambulando, no por primera vez, entre los autos estacionados. Desde entonces ya era hermosa, pero estaba sucia, su largo pelaje se veía descuidado, y parecía muy delgada. Dama desconfió de ellos en un principio, pero no era asustadiza. Parecía temerosa cuando se acercaban, pero no huía, se quedaba a una distancia segura, observando. Tenía miedo, pero también curiosidad. Al final aceptó algo de comida que le dieron; así la atraparon y la llevaron a casa.
Creyeron que podrían tener problemas educándola, pero ella probó ser una damita desde el primer día. Cuando recién la trajeron a casa ella investigó todas las habitaciones con precaución pero sin miedo, y siempre se comportaba de manera recatada. Al principio comía con cierta urgencia, pero pronto pareció darse cuenta de que la comida no huiría y comenzó a comer dando bocados pequeños, discretos. Además, después de comer, se relamía las patitas y se frotaba su carita, lavándose después de haber comido.
A los pocos días de haber llegado a su nuevo hogar, Dama había comenzado a patrullar las ventanas durante la noche; y esa era la tarea que ahora la ocupaba. Dama observaba el jardín frontal a través de una ventana. La peluda gata era una bulto tras la cortina, y sólo su cola  sobresalía. En cierto momento su esponjosa cola comenzó a agitarse, barriendo el suelo. Seguramente había encontrado un invasor nocturno.
La gatita nueva, Sombra, por su parte, se recostó junto a ellos en el sillón mientras cenaban; como de costumbre. La pequeña travieza estaba acurrucada fingiendo no prestar atención a la comida, esperando su oportunidad. La pareja sabía que si se descuidaban, Sombra pasaría de ser una esponjosa e inocente bolita negra junto a ellos, a estar metiendo una patita en el vaso más cercano.
—¿Qué crees que está viendo esta vez? —preguntó Helena mientras veía agitarse la cola de Dama.
—Probablemente sea el chihuahua de los vecinos que entró de nuevo por el hoyo en la cerca.
—Hay que arreglar esa cerca.
—Mañana es sábado —dijo Víctor, pensativo—. Podemos ir a la tienda en la mañana, comprar los materiales, y arreglar la cerca más tarde.
—Te acompaño. Así compro unas cosas que me faltan para  el jardín.
De pronto Víctor cayó en la cuenta de algo. ¿Dónde estaba Sombra? Sin pensarlo dos veces se volvió hacia su vaso de leche, y lo levantó justo a tiempo para evitar el zarpazo de una pequeña garrita negra que salió de atrás de la mesita de la sala.
—¡Sombra! —la regañó Helena—. Eres una micha traviesa. Toma, entretente con esto.
De entre los cojines del sillón sacó un ratoncito falso de colores chillones, y lo arrojó a una esquina de la sala. Sombra se tensó al ver el juguete surcar el aire; sus pupilas se dilataron con entusiasmo hasta casi hacer desaparecer el verde de sus ojos, acto seguido su cuerpo se agazapó en posición de acecho. En cuanto el ratoncito rebotó en el suelo, Sombra saltó desde atrás de la mesita y cayó sobre su presa. Cayó de clavado, atrapando al ratoncito entre sus patitas negras, y amortiguando la caída rodando sobre su lomo. Terminó recostada en el suelo con el juguete sujeto entre sus patitas delanteras, y dándole golpecitos con sus patitas traseras.
El resto de la cena pasó con tranquilidad. Dama se la pasó rondando por la casa, mientras Sombra alternaba entre seguir a Dama, intentar conseguir algo de comida y jugar con el ratón. Cerca de las once, Víctor y Helena terminaron de cenar y se retiraron a su habitación a dormir. Cuando estuvieron acostados llegó Sombra y se hizo bolita sobre el pecho de Víctor.
En algún momento de la madrugada Víctor sintió a Sombra levantarse, estirar sus patitas, y saltar de la cama. El sonido de croquetas siendo masticadas le dijo que Sombra estaba, como cada noche, tomando su tentempié nocturno. No mucho después, entre sueños, ambos escucharon como una de las gatas corría de una habitación a otra. Todo permaneció tranquilo durante un rato, hasta que una de las dos maulló, a lo que la otra gatita respondió acudiendo a toda velocidad. Por los ruidos Víctor dedujo que estaban en la cocina. El hombre escuchó durante unos momentos, y al no oír ruidos alarmantes volvió a dormir. Después de unos minutos se oyó a las gatitas rascar la ventana con sus garritas, pero para ese momento ambos humanos ya dormían profundamente.
Alrededor de las cinco de la mañana dos grupos de patitas subieron a la cama y se pasearon sobre la pareja. Una curiosa Dama se sentó sobre el pecho de Helena y comenzó a amasar su rostro con las garritas. Helena, sin despertarse del todo, tomó la sábana y se cubrió la cabeza al tiempo que se daba la vuelta para ponerse boca abajo. Dama continuó amasando la espalda de Helena durante un rato. Víctor, por su parte, resistió los juguetones arañazos  y mordiscos que Sombra le daba en los pies, pero cuando se cansó también se cubrió con una sábana. Por desgracia eso sólo emocionó más a Sombra, quien sentía una debilidad particular por atacar cosas que estuvieran cubiertas por telas. Víctor sabía que Sombra no cesaría, pero ahora sus garritas y colmillos  ya no dolían. Después de un rato ambas gatitas los dejaron en paz durante un par de minutos.
Y fue entonces cuando el infierno se desató.
No era una sorpresa para la pareja, de hecho se había convertido en algo tan habitual que hasta sus relojes biológicos desarrollaron una alarma. Exactamente a las cinco con diez de la madrugada, el cuerpo de ambos humanos se forzaba a entrar en un sueño muy profundo. Y mientras ellos se concentraban en permanecer dormidos, las traviesas gatitas se dedicaban a atacarse mutuamente. Michosos cuerpecitos peludos saltaban, rodaban y arañaban por toda la cama. De vez en cuando el familiar peso de las gatitas desaparecía de la cama, sólo para aparecer después de unos momentos en forma de un abrupto aterrizaje sobre un desprevenido estómago humano.
Los ya habituales combates de la madrugada eran todo menos monótonos. Helena y Víctor sólo podían oír y sentir a medias lo que las gatitas hacían, pero el alboroto era tal que sus enfrentamientos se filtraban en sus sueños. Y por la mañana ambos solían comparar lo que soñaron e intentaban deducir qué habían hecho las pequeñas traviesas durante la noche. Aquellas conversaciones estaban llenas de peleas épicas entre grandes felinos; enfrentamientos alucinantes entre artistas marciales; y alocadas carreras de parkour. Y esta noche no fue la excepción.

Michas

Feliria y Pantera se reunieron en el cuarto de la pareja (mejor conocido por ellas como Ciudad Gigante) para comenzar su entrenamiento. Era una ciudad amplia, casi tan extensa como Ciudad Almohada, pero con una sola puerta, y una ventana que veía hacia el patio de atrás (el Valle). La cama de los humanos usualmente era una amplia explanada, pero cuando estaban durmiendo el terreno se transformaba. Ahora el suelo era accidentado, traicionero. Las nuevas colinas y cordilleras podían estar formadas por cabezas, brazos o piernas de gigantes; o también podían ser simples pliegues vacíos que colapsaba al pararse en  ellos. Tomando esto en cuenta, se colocaron una frente a la otra; Feliria sobre el pecho de Víctor, Pantera sobre la espalda de Helena. Las reglas eran simples: quien cayera de la cama primero, perdía.
El enfrentamiento comenzó con ambas poniéndose en guardia: la espalda ligeramente arqueada, las orejas echadas hacia atrás. Lentamente comenzaron a caminar en círculos, como dos expertos espadachines midiendose mutuamente antes de atacar. Pantera era, como el nombre que le pusieron los humanos indicaba, apenas una sombra negra en la oscuridad de la habitación. Para los ojos felinos de Feliria eso no era un problema, a menos que Pantera se mantuviera muy quieta en la penumbra.
Después de completar un par de círculos, Feliria extendió una de sus patitas hacia la cabeza de Pantera con cautela. Pantera respondió quitándose la patita de Feliria de un manotazo. Feliria retrocedió un poco ante la agilidad de Pantera. Ambas se tantearon mutuamente durante unos momentos, extendiendo sus patitas para tocar a la otra; siempre respondiendo con un manotazo. Durante uno de estos intercambios Pantera se quitó de encima una patita de Feliria, quien aprovechó el hueco creado en la defensa de Pantera. Feliria se lanzó hacia el cuello de su oponente, quien se movió en un intento de esquivar. Feliria cayó sobre Pantera pero, como su objetivo se había movido, sus patitas abrazaron el cuello en lugar del torso, y su mordida cayó sobre una de las orejas de Pantera. Con la fuerza de la embestida ambas gatitas se desplomaron sobre Helena, quien se giró para quitárselas de encima. Las desprevenidas michas fueron arrojadas a una orilla de la cama. Feliria alcanzó a reaccionar y quedó recostada de lado cerca del borde, pero Pantera quedó colgando; sólo sus garritas, firmemente clavadas en la colcha, evitaban que cayera de la cama al suelo. Feliria aprovechó la oportunidad y se sentó frente a Pantera.
—¿Te rindes? —ronroneó triunfante la gata blanca.
—¡Jamás! —maulló desafiante Pantera. Comenzó a trepar.
Feliria se limitó a propinarle manotazos en la cara a Pantera. La gatita resistió un par, pero al final intentó defenderse de uno y, al perder su agarre de la colcha, cayó al suelo.
—¡Raúl! —maulló Pantera mientras caía.
—Por favor, querida —dijo Feliria con lenguaje corporal—, no uses el  nombre de Raúl en vano, guardalo para cuando los gigantes nos obligan a mojarnos en Ciudad Lluvia. ¿Pantera?
Feliria se asomó con recato por el borde de la cama, como toda una dama. No vio a Pantera. Se puso en guardia. El entrenamiento en la cama había terminado y, como siempre, Feliria había ganado. Pero ahora seguían la Persecución y el Acecho. Ambas disciplinas en las que Pantera era muy diestra, y en las cuales su pelaje negro le daba una gran ventaja. Hubo un ruido repentino y Feliria se volvió hacia su origen. Una pelotita con sonaja pasó rodando por el suelo. ¡Una distracción! Feliria saltó hacia arriba y se giró en el aire, cuando cayó había dado un giro de noventa grados, ahora veía lo que había estado a su espalda. Algo se movió cerca de una esquina lejana de la cama. Feliria atacó. Sus garritas cayeron sobre la silueta, seguidas un momento después por sus colmillos. Sabía a tela. Había atacado el pie de Víctor.
«Oh no», pesó Feliria justo antes de ser embestida por una figura negra, salida de la sombra de una almohada. Ambas cayeron sobre Víctor hechas un amasijo de michosas patitas peludas. El humano, sin embargo, estaba tan profundamente dormido que no se inmutó. Después de intercambiar un par de mordiscos se separaron, quedando en guardia una frente a la otra. Feliria se preparó para atacar, pero se detuvo al ver que justo en ese momento Sombra se dejaba caer, quedando boca arriba, las cuatro patitas alzadas y las garras dispuestas. La maniobra Barriguitrampa era la favorita de Pantera. Al hacerla parecía dejar expuesta su barriguita, pero en realidad era una trampa mortal. Quien intentara atacar sería sorprendido por cuatro patitas llenas de afiladas garras. Ahora Pantera no podía atacar, pues la Barriguitrampa era una maniobra de defensa completa, pero Feliria tampoco podía actuar. Atacar a alguien que estaba en esa defensa era prácticamente un suicidio. Estaban en un impasse.
—¡Mi pancita es muy tentadora! —maulló Pantera.
—¡No lo es! —gruñó Feliria.
Lo era.
—¡Sabes que quieres atacarla!
—¡No quiero!
Sí quería.
De toda esta conversación, lo único que los humanos oían eran gruñidos y maullidos. Y eso si estaban suficientemente despiertos como para oír algo.
Feliria sabía que si atacaba terminaría aprisionada y en desventaja. Pero tenía algo a su favor: era más grande que Pantera. Sin pensarlo más, Feliria se arrojó hacia la pancita de Pantera y dejó que ésta la aprisionara con sus cuatro patitas. La fuerza del impulso, junto con el peso mayor de Feliria, hizo que rodaran por la cama, justo como la reina lo había planeado. Rodaron hasta una orilla, donde Feliria usó sus garras para aferrarse a la colcha, evitando caer. Pantera, por segunda vez, cayó por una orilla de la cama hacia la oscuridad más profunda del suelo. 
Pantera había anotado un punto de Acecho con la emboscada. Por desgracia, el haber derribado a Pantera de la cama no le daba puntos a Feliria ya que no la había perseguido ni emboscado. Y ahora Pantera había desaparecido de nuevo entre las sombras. Estar sobre la cama le permitía dominar más terreno con la vista, pero también la dejaba expuesta.
«Me llevan los Bárbaros», maldijo Feliria. Luego se zambulló en las sombras del suelo con un elegante salto. Aterrizó con gracia y de inmediato corrió hacia una esquina, escondiéndose tras un alto contenedor cilíndrico lleno con las pieles desechables de los gigantes.
Ciudad Gigante estaba en completo silencio.
No había movimiento sobre la cama ni cerca de ella (excepto, claro está, por los gigantes moviéndose en sueños). Los alrededores del armario también estaban tranquilos. Y no parecía que Pantera estuviera oculta en el escritorio. Eso significaba…
El bote de ropa sucia tembló y Feliria salió corriendo. El bote se desplomó justo donde ella había estado, y Pantera salió rodando de entre la ropa. La gatita negra no consiguió anotar un punto porque la emboscada había fallado, pero había estado cerca. Y había sido muy agresiva.
—¡Intentas matarme! —gruñó Feliria.
—¡En una pelea es matar o morir! —se acercó con cautela, el lomo arqueado.
—¡Sólo estamos entrenando!
Por toda respuesta Pantera se le arrojó encima. Rodaron una vez más, pero ya no estaban en la cama, no había orillas para poder arrojar a Pantera por ellas. Quedaron trabadas en un apretado abrazo; ambas intentando dominar a la otra. Feliria necesitaba zafarse de Pantera y además anotar un punto. Mientras forcejeaban en el suelo, la reina vio de reojo el escritorio.
«¡Eso es!».
Usando sus patitas traseras, Feliria empujó a Pantera hasta soltarse. Entonces se puso en pie y corrió hacia el escritorio. Pantera la persiguió, si la alcanzaba conseguiría un punto de persecución, pero si Feliria ejecutaba su plan antes de eso, entonces ella conseguiría un punto.
La reina corrió hacia la silla, parecía que iba a pasar por debajo, pero en el último momento se subió de un salto. Pantera no alcanzó a frenar y terminó pasando de largo. La reina, triunfante, se arrojó sobre  Pantera cuando esta salió por el otro lado. Rodaron, se gruñeron y se separaron.  Ahora estaban empatadas.
—La siguiente en anotar gana —maulló Pantera.
—Es hora de que te demuestre por qué soy la reina.
—¡Yo te voy a demostrar...!
Una pata lampiña de largos dedos sin garras apareció de pronto y levantó a Pantera del suelo. Luego otra pata similar tomó a Feliria y también la alzó.
—Hora de jugar en la sala —dijo Víctor mientras las sacaba del cuarto y cerraba la puerta.
—Parece —dijo Feliria— que deberemos resolver esto en otra ocasión.
—Supongo —aceptó Pantera. Luego se dirigió al sillón más grande, se subió en él y comenzó a acechar el ratón de juguete.
Feliria fue a Ciudad Vianda para comer de su platito; el entrenamiento siempre la dejaba hambrienta. Después esperó a que los gigantes se despertaran. Usualmente se levantaban poco después de haberlas sacado de Ciudad Gigante, pero hoy se estaban tardando. Entonces recordó algo. Fue a su diario y contó los días. Justo como sospechaba, hoy era uno de esos días en los que los gigantes pasaban casi todo su tiempo dentro del reino. Durante esos días los gigantes se despertaban más tarde y...
—¡Pantera! —llamó.
—¿Gué badsa? —preguntó la gatita negra con la boca llena de croquetas.
—Primero —la regañó Feliria—, no hables con la boca llena. Y segundo, prepárate, hoy es día de exploración.
Pantera tragó con dificultad el puñado de croquetas a medio masticar.
—¡Exploración! —maulló, aún con migajas en su hociquito—. ¡Voy a cazar muchos pájaros!
—Supongo que siempre puedes intentarlo. Pero recuerda: nuestra misión principal es reforzar la frontera.
—¡O podríamos tenderle una emboscada a ese sucio Bárbaro!
—No es tan mala idea —admitió la reina, pensativa.
—Necesitaremos tenderle una trampa. ¡Voy por el cebo!
—¿Cebo? ¡Pantera!
Pantera ya no la escuchaba, en un parpadeo había salido corriendo de Ciudad Almohada. Una vez más mostraba una conducta impropia de una dama, pero la verdad era que no podía culparla, los días de exploración eran muy excitantes. Estar fuera de la fortaleza principal, con el pasto bajo las patitas y acechando desde las plantas era un panorama que Feliria aguardaba con ansias toda la semana. Bueno, con tantas ansias como una señorita bien educada se podía permitir demostrar.


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