Michas 1
Feliria observaba el Valle a través del agua sólida en Ciudad Gigante. Fuera, los rayos de sol se afanaba en calentar el pasto y los árboles; pero era inútil, habían llegado los Días Gélidos y durante una temporada ningún esfuerzo por parte del Magno Felino Dorado sería suficiente para calentar sus vastos dominios.
Era la tercera vez en su vida que presenciaba la llegada de los Días Gélidos. En la primera ocasión Felimina, su madre, la había protegido de los fríos vientos usando su propio cuerpo, pues Feliria era aún muy pequeña. Sobrevivieron aquella vez, pero luego de un tiempo su madre falleció; o cuando menos eso pensaba Feliria. Felimina le había dicho que si alguna vez tardaba más de un día en volver de una cacería, que la diera por muerta; y eso era exactamente lo que había sucedido. La esperó durante días, pero su madre nunca volvió.
Feliria logró sobrevivir sola con mucho éxito, pero después de algún tiempo llegaron los Días Gélidos por segunda ocasión. Las presas comenzaron a escasear y la mayoría de sus sitios seguros no la protegían del frío. Se las arreglaba como podía, pero cada día era más difícil. Y fue entonces cuando llegaron los Gigantes.
Feliria había cambiado de territorio un par de veces debido a la escasez de comida. Al final había encontrado un buen lugar y se adueñó de él después de ganar un duelo contra otro Aristócrata, un enorme macho de pelaje blanquinegro. No mucho después se comenzó a topar con los Gigantes que ahora la servían. Desde el principio estuvieron interesados en ella. Parecían querer atraparla y eso le generó desconfianza, pero la verdad era que Feliria también estaba interesada en ellos. Habían sido los primeros Gigantes que le prestaban atención sin intentar atacarla o alejarla. Después de varios encuentros decidió aceptar la comida que ellos le ofrecían. En ese momento el Gigante macho la había atrapado con sus alargados dedos lampiños y la había metido en una caja. Y a esa caja la metieron en una caja más grande: una caja metálica de patas redondas. Hubo un viaje y lo siguiente que supo es que estaba dentro de un nuevo reino. Su nuevo reino.
Ahora era la tercera vez que vivía los Días Gélidos y ya no tenía que preocuparse ni por la comida ni por el frío. Podía, en cambio, sentarse dentro de las murallas a observar con complacencia sus dominios.
—¡Feliria! —gritó Pantera antes de frenar atropelladamente junto a ella.
«¿Ahora qué? —se preguntó mentalmente Feliria con fastidio».
—Ya te dije —reprendió Feliria a Pantera— que te dirijas a mi como “su Majestad”.
Pantera se carcajeó.
—Por supuesto, su Majestad —dijo burlonamente la gatita.
Feliria suspiró.
—¿Qué quieres?
—¡Hay un árbol dentro de la fortaleza!
—¿Un árbol? Oh, cierto, el Árbol Centelleante.
—¡Árbol Centelleante! —repitió Pantera, sus ojos verdes completamente dilatados de ilusión— ¡Quieres decir que brilla!
Feliria se vio obligada a girar sus orejas hacia atrás y plegarlas contra su cráneo ante el grito de Pantera.
—Sí —respondió Feliria en tono cansado—, brilla. Ahora deja de gritar.
—No vi que brillara —comentó Pantera, ignorando el regaño.
—Los Gigantes tienen que terminar de armarlo primero —explicó la reina.
—¿Cómo sabes tanto del Árbol Centelleante?.
—Es la segunda vez que lo veo. Al parecer los Gigantes lo colocan durante los Días Gélidos. Creo que el Árbol tiene algo que ver con que la fortaleza esté cálida mientras el exterior está frío, pero no he logrado comprobarlo.
—¿Y cómo brilla?
—El Árbol no brilla, los Gigantes le colocan una especie de enredaderas falsas que en lugar de hojas tienen Gotas de Luz de diferentes colores. El Árbol también es falso, por cierto.
—¡Qué! Pero parece real.
—Es muy convincente —admitió Feliria—, pero al examinarlo de cerca se nota que fue fabricado por los gigantes.
—Pero ellos tienen Flores Portátiles, ¿por qué no hacen árboles portátiles también?
—Esa, para variar, es una buena pregunta —admitió Feliria—. Me lo he preguntado desde la última vez, pero no he logrado encontrar una respuesta.
La reina se quedó abstraída pensando en el tema. No se dio cuenta de que Pantera se había alejado hasta que la vio cerca de la salida de Ciudad Gigante.
—¿A dónde vas? —inquirió Feliria.
—A ver cómo los Gigantes arman el Árbol —contestó sin detenerse ni voltear a verla.
La reina la siguió.
Gigantes 1
La primera reacción de Sombra al ver el pinito fue quedarse muy quieta. Helena no sabía si la gatita estaba asustada o si se preparaba para saltar sobre el árbol. De pronto Sombra saltó, pero no hacia el pinito sino lejos de él, en dirección a la habitación de Helena y Víctor. Regresó después de un rato acompañada de Dama. Ahora ambas gatas estaban sentadas a una distancia prudencial del pinito, observando muy atentamente todo lo que ella y Víctor hacían.
El pinito ya estaba colocado en su lugar, en la sala. Víctor estaba ocupado desenredando las tiras de luces y comprobando si aún funcionaban. Helena, por su parte, estaba desempacando los pocos adornos que habían quedado del año anterior. No habían logrado mantener a Dama lejos del pinito y los ornamentos más frágiles habían sido víctimas de su curiosidad. Además de los supervivientes del año anterior, colocarían nuevos adornos, todos de plástico por supuesto, pues ahora había dos curiosas gatitas en la casa.
Michas 2
—¿Qué son esas cosas? —preguntó Pantera.
—Son las enredaderas artificiales que usan para iluminar el Árbol.
—¿Y eso otro?
—La verdad, no sé —confesó Feliria—. Parecen ser algún tipo de adornos. Que yo sepa no cumplen función alguna. La mayoría son muy frágiles —añadió— y los Gigantes se alteran si los rompes.
—Entonces sólo puedo cazarlos cuando no me están viendo, como a los recipientes de agua sólida —concluyó Pantera.
—Así es —confirmó Feliria.
De pronto, la Gigante abrió una caja de adornos usando fuerza excesiva y un montón de coloridas esferas salieron rodando en todas direcciones. Feliria vio como Pantera se arrojaba sobre una de las esferas. La gatita tiró un zarpazo y la esfera salió disparada hacia la base del Árbol. Pantera la alcanzó, la sujetó entre sus patitas delanteras y se dejó caer de costado mientras le daba pataditas con sus patitas traseras.
«Este parece un buen momento —se dijo Feliria».
Los gigantes estaban distraídos recogiendo adornos e intentando apartar a Pantera del Árbol, lo que Feliria aprovechó para acercarse a investigar las enredaderas de luz.
Eran verdes, muy largas y estaban enmarañadas. Tocó una y nada sucedió. La tocó de nuevo con el mismo resultado. Las gotas de luz estaban apagadas y no se encendían por más que tocaba las enredaderas. Pronto se topó con una pequeña caja unida a una de las enredaderas. Recordó que esa caja hacía ruido cuando las gotas de luz estaban encendidas. ¿Tal vez la cajita tenía algo que ver con encender las enredaderas? Comenzó a toquetearla, pero de nuevo nada sucedió.
Los Gigantes terminaron de reunir los adornos caídos y volvieron a sus actividades. La hembra continuó trabajando con las esferas y el macho volvió a tomar control de las enredaderas. Habían intentado apartar a Pantera tanto de las esferas como del Árbol, pero después de un rato desistieron.
Ahora que Feliria no podía seguir investigando las enredaderas, prestó más atención a los adornos. Se dio cuenta de que no eran tan frágiles como los que ella conocía y, en un intento por averiguar para qué servían, le arrebató uno a la Gigante y comenzó a realizar pruebas. Primero le dio varios zarpazos, cada uno más fuerte que el anterior. La esfera rodó, rebotó y giró pero no se rompió. Era, en definitiva, más resistente que las anteriores.
Luego la acercó al Árbol; nada sucedió. Paseó la esfera alrededor del Árbol; nada cambió. La acercó a las enredaderas para ver si así se encendían, pero una vez más no obtuvo resultados. Se había quedado oficialmente sin ideas. Estaba pensando en qué más podría probar cuando escuchó un ruido sobre su cabeza.
—¡Cuidado! —gritó Pantera desde la cima del Árbol.
Feliria volteo a tiempo para ver que el Árbol se estaba cayendo sobre ella. De un ágil salto quedó fuera de peligro. Antes de que el Árbol se desplomara por completo Pantera saltó, y usando la cabeza del Gigante macho apoyo, saltó de nuevo, quedando fuera de la zona de peligro. Por desgracia los Gigantes eran torpes y se quedaron embobados mientras su creación les caía encima.
Por suerte su torpeza era compensada con gran fuerza y resistencia: el Árbol les cayó encima pero pareció ser más una incomodidad que un peligro. Los Gigantes se pusieron en pie y en pocos momentos regresaron el Árbol a su posición original. Después, la Gigante dijo algo en su extraño idioma y el macho se acercó a Feliria y Pantera. Se agachó y las alzó en sus brazos ampiños. Las llevó a Ciudad Gigante, dejó unas cuantas esferas nuevas y se retiró cerrando la puerta. Pantera comenzó a jugar con las esferas. Estaba demasiado entretenida como para darse cuenta de que los Gigantes las habían encerrado.
Feliria sabía que las puertas se podían abrir y cerrar, y que la cosa brillante incrustada en una de las orillas tenía algo que ver con eso, pero nunca había podido hacerlas funcionar. Sin embargo, al no tener otra cosa que hacer, decidió intentar abrir la puerta.
Junto a su objetivo estaba el escritorio. Se subió a él de un salto y comenzó a toquetear la esfera brillante incrustada en la puerta. Como de costumbre no logró abrirla, pero continuó intentándolo hasta que, después de mucho rato, los Gigantes las dejaron libres.
Cuando por fin salieron, el Árbol ya tenía colocadas las enredaderas. No estaban encendidas y casi no había adornos puestos, de modo que el Árbol no estaba listo, pero ya lucía impresionante. Pantera corrió inmediatamente a jugar con un par de esferas que se encontraban en las ramas más bajas. Contrario a lo que Feliria esperaba, los adornos se mantuvieron en su lugar. Movida por la curiosidad se acercó e inspeccionó las esferas. Al parecer los Gigantes usaron algo para fijarlas a las ramas artificiales en lugar de simplemente colocarlas de manera superficial.
Gigantes 2
Helena aprovechó para seguir colocando adornos en el pinito mientras las gatitas se entretenían con las esferas de la base. Tal vez terminarían por desprenderse, pero con suerte aguantarían en su sitio hasta que ella terminara de adornar lo que faltaba. Mientras tanto, Víctor había comenzado a preparar las cosas para cocinar la cena.
Este año, además del pavo y otros platillos ya tradicionales en su cena de navidad, cocerían un poco de pollo para las gatitas. El veterinario les había dicho que podían alimentarlas con un poco de pollo cocido de vez en cuando. En la primera oportunidad que tuvieron lo habían intentado y resultó que les fascinaba. Decidieron comenzar a darles pollo en las fechas especiales. Si ellos tenían comida especial en navidad, ¿por qué no sus nenas?
A pesar de la insistencia de Pantera en saltar dentro de la caja de las esferas, Helena terminó de colocar los adornos sin mayores problemas. Después dejó que las gatitas se divirtieran con el pinito mientras ella iba a la cocina para ayudar a Víctor con el pavo.
Michas 3
La Gigante terminó de colocar los adornos y luego se fue hacia Ciudad Vianda. Para ese momento Feliria ya había perdido el interés en las esferas y estaba, en cambio, llevando a cabo más investigaciones sobre las enredaderas de luz. Pantera también se había cansado de jugar con las esferas, al parecer no le hacía mucha gracia no poder separarlas de las ramas. La pequeña gata negra había volcado sus esfuerzos en trepar hasta la cima del Árbol. Al principio Feliria se había apartado temiendo que volviera a caerse, pero al parecer los Gigantes también habían tomado medidas al respecto.
Cuando estuvo segura de que el Árbol no se desplomaría de nuevo, la reina volvió a sus indagaciones. Las gotas de luz seguían apagadas y no lograba encontrar cómo activarlas. Mientras caminaba alrededor del Árbol se topó con el extremo de una enredadera. Terminaba en un pequeño cuadro del cual sobresalían dos pequeñas garras rectangulares. Fue entonces cuando Feliria ató cabos: las enredaderas se alimentaban de los orificios de las paredes, al igual que muchos de los artefactos de los gigantes. Se sintió como una tonta al no haberse dado cuenta antes.
Sin embargo, la primera vez que vio el Árbol Centelleante aún no sabía casi nada de los gigantes, de hecho no se había dado cuenta de que el brillo provenía de las enredaderas y no del Árbol mismo hasta que vio a lo Gigantes desarmarlo. Además, había pasado mucho tiempo desde que viera las enredaderas, y desconocía si se comportaban como el resto de los artefactos. Había llegado a creer que eran distintas, pues parecían algo que sólo se usaba en ocasiones especiales.
Impulsada por la decepción, y algo de vergüenza, dio un zarpazo al extremo de la enredadera y se dirigió al Árbol. Ahora que sabía que no se podía caer decidió intentar trepar también. Pantera se había subido a uno de los muebles acojinados para luego saltar desde ahí, pero Feliria no creía que esa fuera la mejor forma de hacerlo. Haciendo eso caería sobre las diminutas ramas externas, las cuales no eran suficientemente estables. Eso era algo que había aprendido durante los anteriores Días Gélidos.
La reina se dirigió hasta la base del Árbol y comenzó a trepar; el tronco resultaba asombrosamente delgado para una estructura tan grande. Logró treparse a una de las ramas bajas y ahí se detuvo. Las ramas también eran muy delgadas, incluso las más grandes. Esto, aunado a que las ramas más pequeñas eran demasiado abundantes y rígidas, hacía que fuera difícil moverse dentro del follaje falso. Pero eso no detuvo a la reina. Trepó hasta la siguiente rama, luego a la siguiente y la próxima.
Se estaba acercando rápidamente a la cima, algo que no había logrado la vez anterior debido a la inestabilidad del Árbol. Apenas podía esperar para disfrutar la vista. De pronto una patita negra apareció desde una rama superior y le plantó una zarpazo en el rostro. Feliria perdió el equilibrio…, y se recuperó.
—¡Pero qué haces, Pantera!
—Defiendo mi territorio —Lanzó otro zarpazo.
Feliria lo esquivó.
—¡El Árbol Centelleante no es territorio de nadie! Y, en todo caso, sería mi territorio.
La reina dio un zarpazo dirigido a las patas traseras de Pantera. La gatita negra esquivó trepando con agilidad a la siguiente rama. Feliria aprovechó su retirada para colocarse en la rama que Pantera había abandonado. Pantera comenzó a atacar con una serie de zarpazos y Feliria se dedicó a esquivarlos.
Durante una de las acometidas de Pantera, Feliria contraatacó: cuando la patita negra pasó cerca de ella, la reina respondió sujetando a su agresora del hombro con las garras y tirando de ella hacia abajo. La delgada rama sobre la que se encontraba Pantera se dobló y la gatita perdió el equilibrio. Un momento Pantera estaba en una rama por encima de Feliria y al siguiente estaba pasando sobre su cabeza, desplomándose hacia el vacío.
Feliria, sin embargo, había cantado victoria demasiado pronto: mientras caía, Pantera se aferró a la reina, arrastrandola con ella. La siamesa, a su vez, se aferró al Árbol. La rama de la que se sostuvo resistió, pero algo al otro lado del Árbol cedió. Ambas gatitas cayeron al vacío arrastrando al Árbol Centelleante con ellas.
Pantera aterrizó de pie sobre uno de los muebles mullidos y de inmediato saltó lejos. Feliria también aterrizó de pie un poco después y saltó en una dirección diferente. Desde un sitio seguro ambas vieron como, una vez más, el Árbol caía sobre un costado. Esta vez lo hizo sobre el mueble en el que ellas habían aterrizado. La enorme estructura rebotó y terminó en el suelo; solo unas pocas esferas se desprendieron.
Gigantes 3
Víctor estaba vigilando y sazonando la olla donde se estaba cociendo la carne para la lasaña, mientras Helena hacía lo propio con el relleno del pavo. Las gatitas habían estado tranquilas durante un rato, pero luego ambas se subieron al pinito y habían comenzado a pelearse sobre él. El pobre árbol se agitaba como si estuviera poseído.
—¿Deberíamos bajarlas? —preguntó Helena sin apartar la vista de lo que estaba haciendo.
—Déjalas, es mejor que estén entretenidas con el pinito en lugar de estar intentando robar comida.
—Supongo que tienes razón —aceptó Helena.
—Además —añadió Víctor después de probar la carne—, el pinito ha aguantado hasta ahora.
Tan pronto terminó de decir aquello se escuchó un estrépito en la sala.
—¿Decías? —se burló Helena con una sonrisa.
—Bueno, duró más de lo que esperaba.
—¿Crees que ahora vengan a buscar comida? —dijo Helena al tiempo que apagaba la mecha sobre la que estaba el sartén con el relleno de pavo.
—No creo —dijo Víctor asomándose a la sala—, Sombra está jugando con las esferas que se soltaron. Y Dama la observa con desaprobación, como siempre.
—Cierra la puerta, por si acaso.
—De acuerdo.
Víctor cerró la puerta de la cocina y volvió a cuidar la carne.
El resto del día se dividió entre terminar de cocinar y volver a colocar el pinito cada vez que era derribado. Cuando llegó la noche ambos se arreglaron para cenar y sacaron los gorros de santa. Todo estaba listo para la cena, pero primero vistieron a las gatitas con trajes navideños y les tomaron fotos.
Michas 4
Cuando llegó la noche los Gigantes las llevaron de nuevo a Ciudad Gigante, donde les colocaron pieles falsas sobre el pelaje. La piel de Feliria era roja con un poco de negro y blanco; la de Pantera era principalmente verde con algo de blanco. Resultaba algo incómodo traer puesto aquello, pero Feliria se dio cuenta de que la mantenía calientita. El reino ya era calientito así que las pieles falsas no eran necesarias. La reina Intentó quitarse la suya, pero era muy difícil y cada vez que lo lograba se la volvían a colocar.
Los Gigantes les estaban mostrando unos artefactos rectangulares y planos. Feliria no sabía para qué querían que vieran aquellos artefactos, pero decidió seguirles el juego. Al parecer eso funcionó, pues dejaron en paz a Feliria y se concentraron en Pantera. La pequeña rebelde se resistía a mirar los rectángulos, pero, por alguna razón, eso parecía alegrar a los Gigantes.
Cuando terminaron de mostrarle el rectángulo a Pantera, les quitaron las pieles falsas. Después de un rato los Gigantes acomodaron sus alimentos en el mueble alto donde siempre los colocaban. Pero esta vez, en lugar de sentarse a comer, colocaron alimento en los platos para Feliria y Pantera. La reina supo que recibiría algo especial de comer desde que el Gigante macho salió de Ciudad Vianda con algo oloroso en las patas.
Olia como a ave, pero mejor. Feliria ya lo había probado antes y le encantaba. Ambas salieron corriendo hasta sus respectivos platos. Cuando llegaron, los trozos de ave ya estaban servidos. Usualmente Feliria era educada al comer, pero aquella carne blanca de ave era su debilidad. Sin poder contenerse comenzó a devorar el delicioso platillo a grandes bocados. Al principio se sintió avergonzada por su comportamiento, pero pronto esos pensamientos fueron superados por el sabor de la carne. Al final se dijo que era una fecha especial, o cuando menos eso parecían pensar los gigantes, y se entregó completamente al disfrute de su comida.
Pantera, como de costumbre, terminó de comer primero e intentó robar comida del plato de Feliria. Cuando recién se habían conocido la reina solía permitir que le robara un poco de comida. En parte lo hacía porque sabía que Pantera nunca había tenido una comida decente, y en parte porque Feliria consideraba sucia a la nueva Aristócrata y no quería tocarla. Pero no esta vez.
Pantera intentó apartar la cabeza de Feliria con la suya, pero la reina se resistió. Después de varios intentos fallidos Pantera intentó quitarle el plato jalandolo con una patita. La reina recuperó el plato jalandolo también. La gatita negra no parecía tener intención de rendirse, pero entonces llegaron los Gigantes y la apartaron. Después de eso Feliria pudo disfrutar con tranquilidad el resto de su carne.
Gigantes 4
Después de cenar comieron el postre (gelatinas de cajeta) viendo un especial navideño de su serie favorita. Por suerte, durante ese tiempo el pinito no fue derribado, aunque un par de veces Sombra caminó sobre el teclado de la laptop.
Cerca de las doce apagaron la laptop y fueron por los regalos para colocarlos bajo el pinito.
—Listo —dijo Helena al poner el último obsequio junto a los demás.
—Casi listo —la corrigió Víctor, quien venía con una jaula en las manos.
—¿Que vas a hacer con eso?
Sin decir nada, Víctor acomodó los regalos muy juntos, luego desmontó la base de la jaula y la colocó sobre ellos. Por último conectó las luces y el pinito se encendió.
—Ahora sí está listo. Supuse que no querrías encontrar las envolturas desgarradas por la mañana, como el año pasado.
—Ja, ja, ja. Tienes razón, no quiero. Pero a tí sí te quiero.
Se besaron.
A las doce Víctor sirvió vino en una copa para Helena, y en la suya sirvió rompope, su bebida favorita de la temporada.
—Por una navidad michosa —brindó Víctor.
—Ja, ja, ja. ¡Salud!
Bebieron.
De pronto vieron pasar a las gatitas corriendo a toda velocidad hacia su habitación. Tras ellos oyeron cómo caía el pinito por enésima vez. En la caída las luces se desconectaron.
—Ya vamos a dormir —dijo Helena—, ¿lo levantamos o lo dejamos así?
—Hmm… Creo que lo levantaré una última vez. Y no quiero que me levanten en la mañana, ¿cerramos la puerta del cuarto?
—Lo mismo te iba a decir. Me gusta que duerman con nosotros, pero se ponen muy locas en la madrugada.
—Bueno, entonces levanto el pinito y nos acostamos. Y creo que no es buena idea conectarlo. A ver si el otro año conseguimos luces que usen baterías o algo así.
—Yo veré si las michas tienen aguita y comidita.
Después de eso se retiraron a su habitación y cerraron la puerta, dejando a las gatitas afuera con el pinito apagado.
Michas 5
Cuando terminaron de comer la carne de ave decidieron acicalarse bajo el Árbol Centelleante. Pantera intentó ayudar a Feliria, pero a la reina no le gustaba tenerla cerca y la alejó de un zarpazo.
Cuando Patera terminó de limpiarse jugó un poco más con las esferas e importunó a los Gigantes atacando el artefacto que estaban viendo. Feliria, por su parte, estaba somnolienta y se quedó dormitando en la base del Árbol.
Después de un rato escuchó ruidos. Entreabrió los ojos y se encontró a los Gigantes colocando cajas adornadas al pie del Árbol, junto a ella.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó Pantera.
—Ah, sí —dijo Feliria, incorporándose—, son las Cajas Alegres.
—¿Qué hacen? —olfateó una con curiosidad.
—Tienen cosas dentro, y hacen muy felices a los Gigantes. Y tienen una piel delgada que puedes romper, mira.
Feliria se acercó para desgarrar la piel falsa de una de las cajas, pero en ese momento apareció el Gigante macho y colocó sobre las Cajas Alegres una caja hecha de ramas brillantes muy delgadas.
—¿Y eso que es? —inquirió Pantera metiendo una patita por una de las aberturas de la caja protectora.
—Eso es nuevo —Golpeó la caja—. Supogo que a los Gigantes no les gusta que juguemos con sus Cajas Alegres.
—¡Pero yo quiero jugar con ellas!
Feliria también quería, pero expresar ese deseo no era propio de una reina.
—No te preocupes —dijo en cambio—, por la mañana ellos mismos rasgan las cajas. Y, según recuerdo, también hay cajas para nosotras.
—Falta mucho tiempo —se quejó la gatita negra.
—Mientras esperamos tenemos mucho que hacer: hay que patrullar, y hoy estoy planeando un entrenamiento especial en el Árbol.
—¿Entrenamiento? —se lamentó Pantera.
—Creía que te gustaba entrenar.
—Es divertido vencerte —comentó de forma despreocupada.—, pero hoy parece ser una fiesta. ¿No podemos relajarnos solo hoy?
Feliria ignoró la presunción de la pequeña gata, aunque no sin esfuerzo.
—¿Una fiesta? —dijo la reina en tono pensativo— Hmm…
Feliria había llegado a la conclusión de que era una temporada especial, pero no se le había ocurrido que era una fiesta. Había asumido que todo era parte de la Victoria del Dorado, una celebración felina donde se alababa al Magno Felino Dorado y su triunfo sobre la oscuridad. Simplemente le había parecido lógico y perfectamente razonable que los Gigantes conmemoraran una de las fiestas felinas m´sa importantes.
—De acuerdo —aceptó Feliria—. Hoy no habrá entrenamiento. Aún hay que patrullar, pero puedo hacerlo sola. ¿Qué planeas hacer tú?
—¡Reclamar el Árbol Centelleante como mío!
Dicho esto salió corriendo hacia su objetivo y comenzó a trepar. En ese momento se encendieron las Gotas de Luz.
—¡Me reconoce como su dueña! —gritó Pantera con voz triunfante.
—¡No! ¡Oye!
La reina persiguió a la pequeña rebelde y trepó tras ella.
Aquella noche no hubo entrenamiento ni patrullaje. El Árbol Centelleante cayó una vez más, apagándose, y ambas Aristócratas pasaron la noche teniendo un duelo tras otro para decidir quién era la dueña indiscutible de aquel artefacto Gigante.
La cuenta final decía que Feliria había perdido, pero de alguna forma el registro se perdió y terminaron declarando un empate.
25 de diciembre por la mañana
Gigantes 5
Se despertaron alrededor de las nueve, pero no se levantaron hasta pasadas las diez. Habían cenado pavo, lasaña y puré de papa. Quedaba de todo e iban a respetar la milenaria tradición del recalentado, pero también habían guardado tamales. Ambos disfrutaban más los tamales como almuerzo o comida que como cena, en especial cuando los tostaban un poco en el comal.
Pero primero tomaron café con galletas mientras abrían los regalos.
—Veamos —dijo Víctor retirando la jaula y tomando un regalo. Las gatitas de inmediato se acercaron a los demás presentes y comenzaron a investigarlos.
El regalo era una cajita como de zapatos pero más pequeña. Estaba envuelto en un papel de regalo que tenía nochebuenas, y rematado con un lazo dorado. Víctor lo agitó pero no oyó nada.
—Pesa, ¿qué es? —preguntó con una sonrisa expectante.
—Pues tienes que abrirlo para saber —dijo Helena—. Así funcionan los regalos, Vic
—Touché —dijo él y comenzó a desatar el lazo.
Una vez liberado de su atadura, el regalo no parecía poder abrirse sin rasgar el papel, así que eso fue lo que hizo Víctor. La caja seguía sin revelar nada. Lucía, una vez más, como una caja de zapatos pequeña. Removió la tapa. Por dentro estaba rellena de papel. Rebuscó y sacó algo que se sentía como madera.
—¡Un balero! Ja, ja, ja.
—Desde octubre estás diciendo que quieres uno. Bueno, ahí está.
—¡Te quiero, amor!
Se abrazaron y se besaron.
—¿Cuál es el mío? —preguntó Helena acercándose a los regalos.
—Está sobre los regalos de las michas.
Helena tomó un regalo rectangular muy delgado. Al agitarlo algo se movió dentro. Rasgó el papel.
—¡Pinceles!
—Es un juego de pinceles de punta fina —puntualizó Víctor.
En efecto, todos los pinceles tenían puntas muy finas, cada una ligeramente distinta. Eran perfectos para hacer toda clase de detalles.
—¡Gracias, amor!
—Ahora podrás dar más detalle a tus acuarelas.
Se abrazaron y se besaron de nuevo.
—También te compré un videojuego —dijo Helena—. Sé que querías el valero, pero me pareció algo aburrido.
—Ja, ja, ja. Ya me había resignado a tener un balero como regalo de navidad.
—Hora de que las michas abran sus regalos —dijo Helena.
—Creo que se nos adelantaron.
Al pie del pinito, las gatitas estaban desgarrando el papel que envolvía sus regalos. Dama usaba una sola patita; removía con delicadeza la envoltura. Sombra, por alguna razón, estaba mordiendo el suyo.
—Qué michas tan impacientes —dijo Helena caminando hacia ellas.
Sacó los regalos de debajo del pinito y los colocó en el centro de la sala. Cada quien cargó a una gatita y las situaron frente a sus respectivos regalos. Les habían comprado una camita a cada una. Al principio habían pensado en comprar una sola camita grande, pero sabían que Dama no dejaría a Sombra acostarse con ella y terminaron comprando dos.
Michas 6
Las Aristócratas vieron a los Gigantes tomar Cajas Alegres y romperlas. Habían dejado dos que lucían idénticas. Eran casi tan altas como las gatitas y tenían forma redonda, con la cima y el fondo planos.
—Los Gigantes están rompiendo las Cajas Alegres —dijo Pantera—. ¿Podemos romper unas también?
—No debería haber problema —respondió Feliria.
Sin esperar mayor confirmación, Pantera clavó sus garras en una de las dos Cajas Alegres que quedaban. Al sentir algo suave sus instintos se activaron, apremiándola a morder el cuello de su presa. A falta de un cuello que morder se limitó a encajar sus colmillos en cualquier parte. El material era seco, no reconoció el sabor.
Feliria, por su parte, extendió un patita, sacó las garras y rompió un lazo que ataba la caja. Después comenzó a rasgar la piel falsa con delicadeza. En ese momento la Gigante se les acercó y se llevó las Cajas Alegres.
—Efa efd bi caja —dijo Pantera con un trozo de piel falsa en la boca.
—Tal vez no eran nuestras ca… ¡Ay!
El Gigante macho la había levantado por sorpresa. La Gigante hembra levantó a Pantera. Fueron colocadas en medio de Ciudad Almohada, frente a las Cajas Alegres. Al parecer sí eran de ellas, pero se habían equivocado en el orden. A Feliria la colocaron frente a la Caja que Pantera había mordido.
—¿Podemos romperlas o no? —inquirió Pantera.
—Creo que sí —aventuró Feliria—, pero parece haber un ritual al respecto. Además, creo que la que estabas mordiendo era mía y…
Se detuvo al ver que Pantera ya estaba mordiendo su nueva Caja. La reina suspiró y comenzó a rasgar la piel de su propia Caja.
—Tiene forma de…
—¡Una Almohada Personal! —gritó Pantera al tiempo que saltaba dentro de su ya descubierta Caja Alegre.
La impetuosa gatita tenía razón: eran Almohadas Personales. Consistían en cajas redondas y mullidas que los Gigantes les hacían para que descansaran en ellas. Feliria terminó de desenvolver la suya, luego entró en ella para probarla. Era amplia y cómoda. Se recostó y comenzó a acicalarse.
Gigantes 6
Mientras las gatitas probaban sus camitas, ellos comenzaron a recalentar. También habían guardado algo de pollo cocido para ellas, para que que así compartieran la tradición.
Pusieron la mesa y sirvieron el pollo a las gatitas, las cuales llegaron corriendo al oler aquel delicioso manjar.
—Es la primera navidad de Sombra, ¿verdad? —preguntó Víctor mientras las veía devorar el pollo.
—¿Hmm? —dijo Helena masticando un bocado de tamal. Tragó y contestó—: Sí. Es la segunda de Dama, pero casi era navidad cuando la encontramos.
—Bueno, ahora pasarán todas sus navidades calientitas y comiendo pollo.
—Sí.
Ambos sonrieron mientras veían comer a las gatitas. Sombra terminó con su plato y comenzó a intentar robar del de Dama. Víctor puso los ojos en blanco y se levantó para apartarla de los platitos de comida y que Dama pudiera comer tranquila.
Diario Común
Ha pasado poco más de un Ciclo Dorado desde que conseguí mi reino. Es la segunda vez que vivo los Días Gélidos desde dentro de los tibios muros de la fortaleza principal, y me alegra no tener que luchar por sobrevivir en el frío exterior. Pantera, sin embargo, es más afortunada. Creo que es la primera vez que vive los Días Gélidos y ha podido hacerlo dentro de un reino. Por mucho que me desagrade, me alegra que no haya tenido la oportunidad de vivir una de las épocas más difíciles del Ciclo.
Pasando a temas menos sombríos, me gustaría mencionar los curiosos rituales de los Gigantes. Creo que celebran la Victoria del Dorado, pero no estoy segura. Tiene sentido que celebren fiestas felinas, sin embargo, no sé si lo hacen porque antes ellos mismos eran felinos y recuerdan las fechas importantes; o si son una raza independiente y simplemente celebran fechas importantes para nosotros por ser nuestros sirvientes; o si celebran algo diferente que por alguna razón coincide con nuestras celebraciones.
Aún desconosco el propósito o significado el Árbol Centelleante. Es posible que, al igual que el funcionamiento de muchos de sus artefactos, los pensamientos y rituales de los Gigantes permanezcan siendo un misterio durante mucho tiempo. Tal vez incluso se mantengan así para siempre. He llegado a pensar que no son las criaturas simples que los felinos creemos que son.
En fin, hoy ha sido un día lleno de emociones y descubrimientos. Iré a descansar en mi nueva Almohada Personal. Esta noche tengo una revancha por la propiedad el Árbol Centelleante ¡y no pienso perder!
Fin.
¡Feliz Victoria del Dorado!
¡Y feliz Ciclo Dorado nuevo!
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