Las frías sombras de la noche comenzaron a alejarse del lejano horizonte, ahuyentadas por el sol que se alzaba. Catalina observó el amanecer sin mucho interés. Nunca le habían atraído esa clase de cosas, consideraba que ver un amanecer o un atardecer era tan interesante como ver crecer el pasto. Sin embargo, era lo más interesante que había pasado en toda la noche. La monotonía de los días la tenía hastiada, pero lo peor eran las noches. Siempre había deseado no tener que dormir, y ahora ese deseo se había cumplido. No sólo no necesitaba dormir, de hecho no podía hacerlo. Tampoco podía comer… o tener sexo. Estar muerta era muy aburrido. Y muy extraño.
No era lo que Catalina esperaba de su vida (o de su muerte, mejor dicho), pero podría haber terminado en lugares más extraños…, ¿o no?
«Sí —se dijo—, hay situaciones más extrañas, tiene que haberlas».
Ese pensamiento siempre la reconfortaba, pero era un sentimiento hueco, un placebo temporal. Cada vez que intentaba pensar en un escenario más extraño, no lograba encontrarlo. Por eso siempre se detenía cuando había logrado convencerse de que podía estar peor. O casi siempre.
¿Cómo se podía estar peor? Su situación era mala, sí, pero lo más inquietante era lo extraña que resultaba. Cuando todo comenzó, el caos la aturdió, como a muchos otros. La confirmación de lo que todos pensaban pero nadie se atrevía a decir en voz alta la aturdió aún más. Desde el momento en que vio confirmada la noticia, su mente comenzó a sumirse en negación. Todo le había parecido un sueño. Se negaba conciente e inconcientemente a creer que fuera real.
Luego fue mordida.
Cuando por fin su cuerpo sucumbió al virus zombi, Catalina cerró los ojos, esperando que ese fuera el final de su sufrimiento. Nunca imaginó que despertaría de aquel sueño febril para vivir otra pesadilla. Y en definitiva jamás esperó despertar siendo un fantasma.
Si iba a despertar, ¿no debería haberlo hecho como zombi? No es que eso fuera una mejor situación, pero al menos ya no sería consciente de lo que sucedía. Claro que también estaba la posibilidad de ser un zombi suficientemente conciente para saber qué estaba pasando, pero sin la capacidad para razonar o para evitar matar personas. Por otra parte, su situación actual no era tan distinta. No era un zombi, pero sí un fantasma. Un fantasma con plena conciencia y atado al zombi que una vez había sido su cuerpo.
* * *
Cat caminaba en silencio por el bosque. Era de noche y las ramas de los árboles eran mecidas por un viento… ¿frío? Sí, era ya entrado el otoño, de modo que el viento debía ser frío. A veces extrañaba las sensaciones, pero si el viento realmente era frío, habría sido un problema estar a la intemperie llevando sólo un vestido ligero, y descalza... ¿Descalza? ¿Cuándo había perdido el otro zapato? Gruñó al tiempo que torcía la boca en una mueca de disgusto. Se miró los pies descalzos por un momento y pensó que cuando menos ahora estaban parejos. De pronto sus piernas parpadearon; fue como un foco al que le hubiera fallado la corriente eléctrica durante unos momentos.
—Debo darme prisa —se dijo, el ceño fruncido.
Alzó la vista y siguió buscando movimiento en los alrededores. Después de un par de minutos de absoluta quietud decidió moverse.
«Aquí vamos de nuevo», pensó.
De entre todas las cosas que habían cambiado, moverse era lo más extraño. Debía elegir una dirección a la cual dirigirse, luego una distancia, y finalmente deslizarse. Había estado avanzando sin suerte hacia el norte durante la última hora. Decidió que esta vez iría al oeste.
«¿Uno o dos kilómetros?», se preguntó.
Recordó que era la segunda vez que su cuerpo parpadeaba aquella noche, y decidió no perder más tiempo. Se encaró hacia el oeste y se deslizó dos kilómetros.
Un momento estaba de pie en su sitio, y al siguiente estaba en otro lugar a dos kilómetros de distancia de su ubicación original. El movimiento era instantáneo, o eso parecía en un principio. Sin embargo, cuando llegaba a su destino podía ver en retrospectiva todo el trayecto que había hecho para llegar. Era un recuerdo borroso, y todo lo que estaba en la periferia de su visión eran poco más que borrones. Se sentía como viajar a una gran velocidad dentro de un túnel.
Cat rememoró todo lo que pudo de su deslizamiento; lo hacía cada vez que se movía grandes distancias. Usualmente todo eran borrones amorfos, pero en ocasiones encontraba algo útil. Por desgracia, esta no era una de esas ocasiones: se recordó moviéndose sobre la tierra en dirección oeste. No caminaba, permanecía quieta, de pie, y su intangible cuerpo se deslizaba en esa posición sobre el suelo, pasando a través de los árboles que estaban en su camino. Todo lo que vió fueron árboles, arbustos y una borrosa silueta blanca. La experiencia le dijo que aquella silueta era de un zorro. Por alguna razón veía el mundo de manera normal, pero personas y animales lucían como blanquecinas figuras fantasmales. Cat se veía a sí misma como cuando había estado viva, y también podía distinguir perfectamente los rasgos y el cuerpo de Alina; algo que al principio había agradecido, pero que en las últimas semanas apenas podía soportar. Cat estaba intacta, y no parecía que fuera a cambiar. Sin embargo, Alina sí que estaba cambiando. Ella…
Se sacudió aquel pensamiento.
«No tengo tiempo para pensar en eso», se reprendió mentalmente.
Inspeccionó los alrededores con la mirada, pero tampoco vio movimiento en esta zona. Caminó un poco por los alrededores. Caminar como lo había hecho en vida le costaba un gran esfuerzo. Cada paso que daba era una lucha contra el impulso de su nuevo cuerpo por deslizarse. Podría haber registrado la zona con varios deslizamientos cortos, pero moverse de esa forma todavía la desconcertaba. Además, le gustaba caminar: era una de las pocas cosas que aún podía hacer.
Después de una pequeña y laboriosa caminata decidió que aquel lugar también estaba inhabitado. Se estaba quedando sin tiempo, pero aún tenía una última esperanza. Mientras caminaba vio lo que parecía ser un sendero. Se deslizó hasta donde lo había encontrado. El rastro era viejo y las ramas y hojas secas casi lo habían cubierto, pero era indudable que había sido transitado alguna vez. Tenía que seguirlo a toda prisa. Torció los labios en una mueca y comenzó a deslizarse siguiendo el débil rastro. En pocos momentos llegó hasta una cabaña de dos plantas. El trayecto debería haberle tomado varios minutos, quizá incluso media hora, pero el deslizamiento era una manera muy rápida de viajar. Por desgracia también era muy desconcertante. Cat tuvo que darle unos momentos a su mente para asentarse. Si se deslizaba varias veces seguidas tenía memorias residuales de los trayectos. Las borrosas imágenes se sucedían en su mente a un ritmo vertiginoso. No podía evitarlo, y siempre le tomaba unos momentos reponerse. Esa era otra razón por la que prefería caminar en lugar de deslizarse.
Cuando su mente se asentó, se dedicó a observar el lugar. Desde afuera la cabaña parecía abandonada. Era muy probable que lo estuviera, pero de todos modos debía asegurarse. Después de todo, mantener las luces apagadas de noche se había vuelto una precaución común. Se deslizó y quedó dentro de la cabaña, en el primer piso. El lugar estaba vacío, y lucía abandonado. Pero había algo que delataba la presencia humana: en la puerta de entrada había una barricada hecha con una mesa y un par de sillas. Se deslizó hacia abajo y terminó bajo tierra. Al parecer no había sótano.
«Arriba, entonces», decidió.
Se deslizó y quedó en medio de un pasillo, a unos quince centímetros del suelo; aún no era muy precisa con los deslizamientos, pero no importaba, como fantasma podía flotar sin problemas.
Había dos puertas, una a su derecha, la otra a su izquierda. Frente a ella, al fondo del pasillo, unas escaleras descendían al primer piso.
—¿Hola? —saludó, aunque sabía que nadie podía oirla. Al saludar se había deslizado dentro de la habitación de la izquierda.
Vacía.
—¿Hay alguien? —se deslizó en la otra habitación—. Buenas noches —dijo con una sonrisa.
La puerta estaba atrancada con una silla. En el suelo, lejos de la puerta y cerca de la única ventana, había alguien durmiendo. La figura, blanca y borrosa a los ojos de Cat, estaba recostada sobre una bolsa de dormir y cubierta por una manta sucia. Sin perder tiempo, Cat avisó mentalmente a Alina de su posición. A través del extraño vínculo que compartía con ella pudo saber que estaba más o menos a cuatro kilómetros.
—Cuatro kilómetros —susurró mientras observaba dormir a la figura—. Cada vez es más difícil encontrarlos.
Permaneció en la oscura habitación sin apartar la vista de su presa. Mientras vigilaba se planteó, no por primera vez, el buscar áreas más pobladas. Eso significaría más presas, pero también más riesgos. Los vivos no tenían en mucha estima a Alina.
* * *
Durante la última hora, mientras esperaba, Cat se había deslizado alrededor de la cabaña en busca de una entrada para Alina.
No la había.
—¡Verga de pollo! —gritó Cat. Como siempre, aquella expresión le hizo gracia. No le quitó la frustración ni la hizo sonreír, pero tampoco la hizo enojar más.
¿Acaso el idiota no había visto películas de zombis? No se podía hacer una barricada perfecta, se tenía que dejar una forma de entrar a los zombis. Todo el mundo lo sabía. ¿Dónde estaba la emoción en sentarse dentro de una casa perfectamente protegida?
Cat estaba en el porche de la cabaña, esperando a su compañera. El cuerpo físico de Alina no podía deslizarse, tenía que caminar. Por suerte, a diferencia de los zombis de muchas películas, Alina caminaba de forma bastante normal. Cuando menos hasta ahora.
Hubo un movimiento entre unos arbustos; Cat se volvió hacia ellos. Sólo veía oscuridad y ramas sacudiéndose, pero sabía que era Alina. Podía sentirla a través del misterioso vínculo que compartían. Cat estaba segura que ese mismo vínculo que les permitía comunicarse también las mantenía atadas.
Una mujer salió de entre los arbustos. Era de estatura media y su piel, que alguna vez había sido de un hermoso color canela, presentaba la grotesca palidez de la muerte. El cabello, castaño y largo hasta los hombros, estaba enmarañado, y tenía calvas donde faltaban algunos mechones. Llevaba un vestido de coctel de color sólido. La prenda, que alguna vez había sido azul marino, estaba tan sucia que habría despertado compasión a cualquier viejo trapo de cocina. La cubrían manchas de lodo, aceite… y sangre, mucha sangre.
Alina iba descalza, pero eso Cat ya lo sabía. El cuerpo de Cat tenía cierta relación con el de Alina. Así que, cuando la zombi perdió el segundo zapato, el fantasmal cuerpo de Cat también lo hizo. A pesar de esa relación, las prendas y el cuerpo de Cat permanecían pulcros. Su vestido estaba como nuevo, y su cabello perfectamente arreglado. Cada tanto Cat rogaba para que Alina no terminara de desgarrar el vestido. Ser un fantasma ya era malo, no quería además estar desnuda por el resto de su muerte.
Alina caminó hasta el porche con el fluido paso de una persona viva. Sus ojos, sin embargo, estaban velados y miraban al infinito.
—¡Alto! —ordenó Cat.
Alina se detuvo ante la puerta; había estado apunto de intentar derribarla a golpes. Entrar iba a ser complicado. Las dos puertas que separaban a Alina de su alimento estaban bloqueadas. Derribarlas causaría mucho ruido, dando tiempo a la persona de escapar. De hecho, el muy astuto saco de carne estaba en una habitación con ventana, por la cual podría escapar si algún zombi (u otro humano) lograba franquear sus defensas.
Cat se preguntó si podría guiar a Alina para que abriera una de las ventanas tapiadas sin hacer ruido. Ya le había enseñado a abrir puertas, aunque tenía que recordarle cada tanto cómo hacerlo; y si se encontraba con un picaporte desconocido se confundía. Cat torció el gesto, pensativa. Después de pensarlo brevemente decidió que no funcionaría.
—Sígueme —le dijo a la zombi.
No era necesario hablar en voz alta, de hecho Cat estaba segura de que Alina no comprendía palabras. Parecía reaccionar más a sus sentimientos e intenciones que a otra cosa. A ella le gustaba hablarle, sin embargo. Su propia voz era la única que podía escuchar; y escuchar una voz humana, aunque fuera la suya propia, la reconfortaba.
Cat caminó hasta bajarse del porche por un lado de la cabaña. Alina no la siguió, pudo sentirlo a traves de su vínculo. Cat se volvió hacia la zombi. Alina seguía de pie frente a la entrada. Alina vio la puerta, luego se volvió hacia Cat, la expresión confundida, y extendió un brazo apuntando la puerta.
—Sí —dijo Cat con paciencia—, esa es la entrada.
Cat se concentró en transmitir afirmación a través del vínculo. Alina asintió y su rostro se relajó. Parecía aliviada de recordar correctamente lo que una puerta era.
—Ahora sígueme, te voy a enseñar algo nuevo.
Transmitió interés y entusiasmo; Alina la siguió inmediatamente. Rodearon la cabaña hasta uno de sus laterales. Cuando Alina se acercó, Cat comenzó a transmitir calma y restricción. Se concentró en mantener aquella transmisión; Alina se alteraba mucho estando cerca de los vivos, y la necesitaba calmada para lo que ban a hacer.
Cat se detuvo frente a un árbol. Arriba, cerca de una de las ramas, había una ventana.
—Esto será interesante.
Alina la miró con expresión confusa.
* * *
Después de un par de torpes intentos, la zombi por fin logró comenzar a trepar. Cat había fingido trepar para mostrarle cómo hacerlo. Le costó horrores, pues con cada movimiento se debatía para no deslizarse; y también estaba el hecho de que debía esforzarse para que su cuerpo no atravesara el árbol por accidente. No poder tocar las cosas era un problema cada vez que intentaba explicarle algo a Alina.
Por suerte Alina era sorprendentemente hábil para trepar. Aunque probablemente se debía a la emoción. Cat había notado que le gustaba aprender cosas nuevas.
Alina trepó hasta una de las primeras ramas gruesas; Cat estaba de pie sobre la rama. En cuanto la zombi llegó, Cat se deslizó hasta otra rama y la instó a seguirla. Mientras Alina cruzaba de una rama a otra subía, Cat aprovechaba para deslizarse dentro de la habitación y asegurarse de que la persona seguía durmiendo. Continuaron así hasta que ambas estuvieron sobre una rama que llevaba cerca de la ventana.
—Aquí vamos.
Cat se deslizó dentro de la habitación, y quedó flotando a varios palmos del suelo; su presa estaba a menos de un metro. La rama donde se encontraba Alina, a pesar de ser la más cercana, estaba a casi dos metros de la ventana. La zombi tendría que correr y saltar contra la ventana, tanto para alcanzar a llegar como para romperla con su peso. Y sólo había dos formas de hacer correr a Alina. Una era el miedo y la otra… Cat soltó calma y restricción.
Transmitió hambre.
* * *
Oscuridad, estaba rodeada por oscuridad. Su vida era una eterna peregrinación en un mundo hecho de sombras y siluetas. Y vivía en un estado perpetuo de hambre; un hambre que sólo podían saciar las sobras rojas. Había pasado mucho desde la última vez que había comido y estaba desesperada. Frente a ella, no muy lejos, estaba una sombra roja. No podía verla bien: estaba tras una sombra negra. Pero veía un ligero resplandor rojo; un delicioso resplandor rojo.
Se habría arrojado sobre la sombra roja desde que la sintió, pero algo la detenía. Era la sombra amarilla. No sabía qué era ni cómo lo hacía, pero Amarilla la estaba calmando; podía sentirlo. Era un tacto tibio que rodeaba su cuerpo. Había aprendido a hacer caso de lo que Amarilla le sugería a través de su toque. Al principio se había resistido, pero con el tiempo se dio cuenta de que Amarilla la estaba cuidando. Le buscaba comida y le mostraba cómo atraparla.
Amarilla le estaba diciendo que estuviera calmada. No era fácil, pero Amarilla sabía lo que hacía, de modo que se esforzaba por obedecer. Pero la sombra roja estaba tan cerca ahora…
De pronto la calma la abandonó. Pudo sentir su hambre volviendo poco a poco. Luego hubo un estallido dentro de ella, ahora todo su cuerpo estaba hambriento. Era el tacto de Amarilla.
Era hora.
Sus músculos se tensaron y sus sentidos, agudizados por el hambre, le permitieron pararse con más seguridad en la estrecha sombra negra sobre la que estaba. Con aquella explosión de energía brotando de su interior echó a correr hacia la sombra roja. Apenas había dado un par de pasos cuando notó que la sombra sobre la que corría estaba por terminarse. No le importó: tenía hambre.
Cuando estuvo al borde de la sombra negra, le llegó el tacto de Amarilla. Sintió una apremiante necesidad de saltar, y así lo hizo.
* * *
Frederik dormitaba, la mano bajo la almohada empuñando su fiel colt 45. Siempre fue bueno disparando, y su puntería sólo había mejorado desde que practicaba casi a diario disparando a los zombis. El arma había sido un regalo de David, su hermano mayor. Bueno, en realidad era más como una herencia. David se lo había dado después de haber sido mordido. Frederik le había prometido que cuando se convirtiera él haría lo que se tenía que hacer.
—Ella es tu mejor amiga ahora —le había dicho David al entregarle el arma.
No mucho después de eso Frederik había… liberado a su hermano de su sufrimiento. Una situación nada sencilla para un muchacho de dieciocho años.
Frederik no había dormido bien en días, y ahora que había encontrado un lugar seguro sabía que debía dormir bien, cuando menos una noche. Pero no podía; los recuerdos siempre lo asaltaban durante la noche, como si acecharan todo el tiempo desde las sombras, esperando que se tumbara para entonces poder abalanzarse sobre él. Además, ya se había acostumbrado a medio dormir, era la única forma de estar alerta y descansar al mismo tiempo. Oyó algo afuera. ¿Una rama que rechinaba? Se dijo que era el viento y se dispuso a dejarse llevar por un sueño más profundo.
Un estruendo llenó la habitación. Sobre él llovieron cristales rotos y astillas, seguidas por algo pesado que cayó cerca de su pies. ¡La ventana! ¡Alguien había entrado por la ventana! Frederik empuñó la pistola que tenía bajo la almohada al tiempo que se sentaba a toda prisa. Frente a él se estaba poniendo en pie una mujer que llevaba un vestido desgarrado. Vidrios y astillas por igual penetraban su piel pero ella no parecía prestarles atención. Su rostro… Su postura... ¿Un zombi? ¿Cómo había llegado un...? ¡Zombi! ¡No pienses, dispara!
«Un tiro preparado, es un tiro certero», recordó Frederik el consejo de David.
Frederik alzó su arma con agilidad pero sin apresurarse; enfiló el cañón hacia el cráneo de la criatura, y disparó. Un estampido, un disparo perfecto a corta distancia que... ¿falló? Justo cuando él apretaba el gatillo el zombi se había agachado con velocidad sobrehumana. ¿El zombi acababa de esquivar su disparo?
Volvió a apuntar, y otro estampido resonó en la habitación cuando disparó. Esta vez sí le dio, pero no en la cabeza. Cuando apuntó, el zombi se había movido de nuevo, abalanzándose sobre él al tiempo que recibía un disparo en un hombro. Cuando la criatura le cayó encima, lo primero que hizo fue morderle la mano de la pistola.
—¡Aaaah! —Frederik gritó de dolor, pero también de sorpresa.
De pronto vio a alguien más en la habitación. Era una mujer casi idéntica al zombi, con la diferencia de que ésta parecía viva.
«¿Pero qué...?», fue todo lo que alcanzó a pensar.
Un instante después Frederik estaba muerto, la garganta desgarrada.
* * *
Cuando el muchacho hubo muerto Cat se deslizó al techo. Tenía que conseguir comida para Alina, pero no podía soportar por mucho tiempo verla alimentarse. Cat veía a animales y personas como siluetas blancas, pero cuando Alina las mordía se volvían nítidas. Y, al parecer, podían verla. ¿Qué significaba eso? No lo sabía. Hasta ahora había visto otros zombis pero no otros fantasmas. Veía a los demás zombis tan claramente como veía a Alina, pero ellos no reaccionan a Cat a través del vínculo ni parecía que pudieran verla. ¿Era el único fantasma, o sólo no podía ver los fantasmas de los demás?
Mientras cavilaba comenzó a sentir una calidez reconfortante y familiar. Era Alina que disfrutaba de su alimento, el vínculo funcionaba en ambas direcciones. Sin embargo, había algo más. Después de que su cuerpo se alimentaba, se sentía más fuerte, más… llena. ¿Estaba Alina alimentándose de la carne y pasando el alma de las personas a Cat? Se sacudió ese pensamiento con un escalofrío. Había cosas en las que era mejor no pensar. Y había otras que no podía darse el lujo de ignorar, como la escasez de personas vivas.
—Creo que es hora de buscar una ciudad —se dijo—. Me pregunto si podré enseñarle a Alina a disparar.
Continuará...
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